El señor Timochenko (Rodrigo Londoño) anunció este 25 de enero que en una reunión de jefes habían decidido cambiar el nombre de la fracción que él dirige. Ahora esa formación se hará llamar “Comunes”, en lugar de “Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común” (Farc).
Una de las pretendidas “senadoras” de las Farc, Sandra Ramírez, explicó que en la reunión en Medellín barajaron tres apelaciones: “Comunes”, “Unidad Popular del Común” y “Fuerza del Común” y que habían escogido la primera.
Con ese cambio, el citado partido quiere sacudirse el tétrico pasado de violencia que resume la sigla FARC. Sin embargo, al guardar el símbolo de la rosa roja y al hacerse llamar “Comunes” ellos enviaron, de nuevo, un mensaje nada tranquilizador. Ese mensaje es: no somos Farc pero seguimos siendo comunistas.
La palabra “común” tiene, en español, varios significados. Santillana dice: “Se dice de aquello que pertenece a varias personas, grupos o se da en ellos”. También es sinónimo de “frecuente y corriente”. Es sinónimo igualmente de la “población de una provincia, ciudad o municipio”.
Los amigos de Timochenko no escogieron ese término por su vecindad con esas acepciones.
Lo escogieron pues en la palabra “comunes” hay como un tufillo raro, subyace un rastro subliminal de perfil ideológico, una alusión a un sistema político desastroso: el comunismo.
Como el comunismo jamás ha sido un partido de la paz, ni de la prosperidad económica, ni de la libertad, ello plantea un problema. El grupo de Timochenko sigue en lo mismo: la búsqueda aún más pérfida de un sistema de organización que emplea la mentira, la ilegalidad y la violencia en todas sus formas para alcanzar unos objetivos abyectos y antisociales.
Los que han abatido y torturado a decenas de miles de colombianos inocentes, sin que sus jefes quieran responder social y judicialmente por sus crímenes de masas, buscan ahora, con ese cambio de nombre, que olvidemos lo que ha pasado y los consideremos como parte del mundo político ordinario.
En realidad, ellos cambian de nombre por razones prácticas: para mejorar su interlocución con el gobierno de Joe Biden, a quien le pidieron, este 21 de enero, que ejerza presión sobre Colombia para que exija la “implementación integral” de los acuerdos Farc/Santos. Entre los que firman la carta a Biden están Juan Fernando Cristo y el jefe comunista Iván Cepeda.
Esa “implementación integral” quiere decir puntos muy precisos: inmunidad e impunidad total para las FARC y para el ELN, mediante la JEP; la trasformación de esa oficina en Corte Suprema de Justicia; cese de la colaboración entre las fuerzas armadas de Estados Unidos y Colombia; incautación general de tierras; reducción de los controles electorales; censura en las redes sociales y medios de información.
Ese cambio de nombre, es, pues, una operación más contra los intereses de Colombia, un acto de negacionismo histórico y de falsificación del lenguaje político del país.
El comunismo es una forma tiránica de sociedad civil, una orientación dogmática de la vida intelectual y una estructura brutal del sistema político.
Los mayores sistemas liberticidas de la historia fueron el comunismo, el nazismo y el fascismo. Ya no hay regímenes nazis ni fascistas, pero aún subsisten regímenes y partidos comunistas. En esa línea se inscriben las FARC, aunque hoy se den el nombre de “comunes”.
La prensa dice que el partido de Timochenko nació en 2016 “en virtud del Acuerdo de Paz de La Habana” y que “conservaba el mismo acrónimo del tiempo en que la estructura operaba como guerrilla, bajo el título de Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo (FARC-EP)”.
No creo que el “acuerdo Farc/Santos haya dado nacimiento a otro partido. Lo que hubo en 2016 fue un cambio de nombre pues el programa de siempre de las FARC no fue anulado en ese momento, ni reformado, ni retocado en una sola línea.
“Hay que marcar una diferencia de quienes conformamos el partido, que ha continuado con el compromiso político de la implementación del acuerdo y de las responsabilidades adquiridas a la firma del acuerdo, y de quienes hoy están en otros campos, por ejemplo la segunda Marquetalia, que también se llaman FARC”, dijo un vocero de Timochenko.
En esa declaración no hay un gramo de repudio a la violencia armada de la banda de Santrich y Márquez. ¿Cuál fue el pretexto para que alias Márquez y su “segunda Marquetalia” volvieran a la narco-violencia? La llamada por ellos “no implementación del acuerdo”. Luego el programa y los objetivos del sector Márquez y del sector Timochenko son idénticos, aunque proclamen tener diferencias en sus métodos.
La “implementación integral” es lograr que les entreguen el poder a ellos. Tal es el objetivo de las dos formaciones.
Por eso Timochenko es contradictorio. El invita a hacer un “pacto político nacional” al gobierno de Iván Duque “que excluya para siempre las armas de la política», al mismo tiempo que responsabiliza al presidente Duque por “la ola de violencia sistemática y generalizada que se extiende por el territorio nacional y que hoy ha cobrado la vida de más de 500 líderes y lideresas sociales y más de 250 firmantes del Acuerdo” de paz.
Timochenko sabe perfectamente que esas cifras son erradas y que el gobierno de Duque nada tiene que ver con los asesinatos de “líderes sociales” (léase desmovilizados de las Farc) y que la mayoría de esos crímenes son obra de las “disidencias de las Farc” y de las otras bandas narco-marxistas como el Eln. Pero esa acusación es una buena palanca demagógica en manos de los congresistas que en Washington esperan revertir la política de Trump frente a la dictadura de Nicolas Maduro y las ambiciones del Foro de Sao Paulo.