El presidente Joe Biden tomó la decisión de retirar definitivamente las tropas estadounidenses de Afganistán, que venían dando apoyo al ejército afgano para evitar que los talibanes radicales violentos retomaran el control del país.
La interpretación extremista que ese grupo hace de la religión en el islam (‘talibanes’ significa estudiantes del Corán), los ha caracterizado por dejar una horrible estela de crímenes y violaciones a los derechos humanos. Los talibanes estuvieron en el poder entre 1996 y 2001, y en ese lapso cometieron todo tipo de atrocidades: torturas sistemáticas, lapidación de los adúlteros, amputación de manos a los ladrones, flagelación de homosexuales, pena de muerte por cambiar de religión o promover ese cambio, prohibición de estudiar y trabajar a las mujeres, e incluso clausuraron los cines y prohibieron la música, el ajedrez y otros juegos.
Luego de los atentados contra las torres gemelas y contra el pentágono del 11 de septiembre de 2001, se produjo la invasión a Afganistán por parte de Estados Unidos, que luego terminó con la muerte de Osama Bin Laden, líder de Al Qaeda, organización terrorista que cometió esos atentados. Ahora, luego de 20 años de control militar por parte de los estadounidenses, que les costó la vida de más de 2.200 militares y billones de dólares en equipamiento, entrenamiento, vehículos e inteligencia, abandonan Afganistán, e inmediatamente regresaron al poder los talibanes. Todas esas vidas y todos los costos se perdieron con la reciente decisión de Biden.
Durante el gobierno de Donald Trump se firmó un acuerdo con los talibanes para que se pudieran retirar las tropas a cambio de no volver a usar el suelo afgano como santuario para el terrorismo y de comenzar un diálogo de paz entre las distintas fuerzas de ese país. Como eso no avanzó, Trump pospuso la salida de las tropas. Ahora Biden decidió abandonar Afganistán con la equivocada idea de que el ejército podría neutralizar a los terroristas. En pocos días lograron los talibanes derrotar la poca resistencia militar y sacar corriendo al presidente Ashraf Ghani, porque si se queda habría sido ejecutado en televisión.
Definitivamente, la política exterior no le ha funcionado a Biden. Al fracaso de Afganistán se suma el resultado de un reciente reporte que indica que por primera vez, los blancos estadounidenses están por debajo del 60% del total de la población. Ese empeño de Biden y de Kamala Harris por flexibilizar las políticas de fronteras, hará que muy pronto la mayoría de la población del país del norte sea extranjera.
El ejemplo de Afganistán debe enseñarle a Biden que retroceder frente al terrorismo nunca será una buena práctica. Las imágenes de los afganos tratando de huir del país colgando de los aviones, son dantescas. Es impresionante ver la gente caer cuando los aviones toman altura. Tal es el desespero de la gente por huir del terrorismo.
En redes sociales circula esta interesante frase: “Nadie quiere que Estados Unidos sea la policía del mundo, excepto en el momento en que deja de serlo”. Es conocido el compromiso de los gobiernos estadounidenses contra el terrorismo, por eso el caso de Afganistán preocupa tanto. Ojalá Biden no decida ahora apoyar las dictaduras de Cuba, de Nicaragua o de Venezuela, con el pretexto -muy demócrata- de que cada mandatario puede gobernar de la manera que le parezca.
Se requiere que Estados Unidos mantenga su decisión de sostener la democracia en los países del hemisferio occidental, y de rechazar a los grupos terroristas y narcotraficantes. Si en algún momento se atribuyeron el papel de ‘Policía del Mundo’, no pueden permitir que se repitan hechos como el que vemos en Afganistán.