Ayer fue un día triste y de gran soledad para decenas de miles de profesores en Francia. El ministerio de Educación Nacional, con un minuto de silencio, rindió un homenaje al profesor Samuel Paty, de 47 años, quien hace un año fue asesinado por un islamista refugiado en Francia a la salida de un colegio en Conflans-Sainte-Honorine (Yvelines).
Un chetcheno de 18 años, Abdoullakh Anzorov, nacido en Moscú, atacó al profesor con un cuchillo, lo mató y lo decapitó. Llamada por testigos, una patrulla de la policía encontró al victimario doscientos metros más lejos. El criminal gritó lemas islamistas e intentó atacar de nuevo con un cuchillo y un revólver. Los uniformados lo dieron de baja. Minutos antes, el terrorista había reivindicado su acto en un mensaje audio en ruso. Dijo haber “vengado al profeta” Mahoma pues el profesor lo había “mostrado de manera insultante”.
La bárbara decapitación del profesor Paty generó durante meses una onda de rechazo y furor en toda Francia. Voceros de las corrientes más diversas pidieron al gobierno que tomara medidas fuertes para “ponerle fin a la gangrena islamista”. La izquierda pro-islamista alegó, por el contrario, que esas medidas eran difíciles de aplicar y que jurídicamente eran “imposibles”.
Samuel Paty fue ultimado días después de que unos cuantos individuos difundieran por las redes sociales mensajes y videos hostiles contra él por haber mostrado a sus alumnos las caricaturas de Mahoma de la revista Charlie Hebdo, durante una clase sobre la libertad de expresión, de prensa y de conciencia, es decir por haber defendido tres derechos fundamentales en Francia.
La justicia antiterrorista tiene hoy bajo su mira a 15 personas. Dos hombres, Brahim Chnina y Abdelhakim Sefrioui, están encarcelados desde hace casi un año por “complicidad en un asesinato terrorista”. El primero es el padre de la alumna de 13 años que, unas semanas antes de la decapitación, inventó que el profesor Paty había sacado de la clase a los alumnos musulmanes antes de mostrar las caricaturas. Chnina gesticuló por las redes sociales. Dió la dirección del colegio y dijo que había que “parar” a ese profesor. Un militante islamista, Abdelhakim Sefrioui, captó el mensaje y lo infló con videos e insultos aún más violentos. Ambos irrumpieron en el colegio para exigir la exclusión del profesor. Para responder a tales llamados, el futuro asesino contactó desde Toulouse por Whatsapp a Brahim Chnina y le pidió los datos del asunto. El 8 de octubre, una semana antes del asesinato, Chnina entabló una demanda contra el profesor por “difusión de imágenes pornográficas”. El 16 de octubre, el chetcheno llegó al colegio. Pagó varias centenas de euros a cinco alumnos de 14 y 15 años que aceptaron señalar al profesor Paty. Anzorov les había dicho que él quería regañarlo y pedirle que se excusara. Los cinco menores están hoy acusados, pero en libertad, por “complicidad en un asesinato relacionado con una operación terrorista”. La hija de Chnina también está siendo investigada. Ante el juez confesó que había mentido pues ella no estaba en la clase cuando el profesor Paty habló de la libertad de expresión, pues ella había sido suspendida del colegio por no respetar las normas de bioseguridad contra el Covid.
Quince personas han sido judicializadas y la investigación continúa. El proceso, dice la prensa, será abierto dentro de dos años. Empero, esas medidas judiciales no han disipado el miedo y el tremendo malestar de los maestros quienes se sienten solos. Tras el asesinato, enseñar la libertad de expresión se ha vuelto una fuente de angustia para los profesores de Historia.
El diario Le Parisien publicó ayer la declaración de Bruno Modica, vocero de esos profesores, quien dijo: “Sabemos que debemos aplicar sin concesiones ni debilidades nuestros métodos, pero algunos profesores están traumatizados y cambian su forma de enseñar”. La revista Le Point le dio la palabra a Laurence Bardeau-Almeras, profesora de Toulouse: “Yo doy este curso sobre libertad de expresión todos los años. Obviamente, me dije: ¡podría haber sido yo!”.
La familia de Samuel Paty sigue inconsolable y aunque su sentimiento no es de odio hacen saber, a través de su abogada Virginie Leroy, que resiente “un gran sentido de injusticia y de dolor” y que los homenajes del 15 y 16 de octubre deberían ser para “hacerle frente al islamismo radical”. Grande tuvo que ser su decepción ayer cuando el ministro de Educación, Jean-Michel Blanquer, reveló que durante el minuto de silencio “opcional” en los actos de homenaje al profesor mártir “hubo 98 incidentes, 7 de los cuales fueron de naturaleza grave”.
Lo que indigna a millones de personas es que en el año que pasó desde ese atentado el gobierno no lanzó la ofensiva de reconquista educativa que muchos le pedían para explicar a los alumnos qué es el islamismo radical y cómo Francia debe luchar para proteger a sus profesores y mantener esos derechos sin ceder ante el terrorismo yihadista.
Un escritor, David Di Nota, publicó hace pocos días su investigación sobre cómo fue montada la trampa mortal que le costó la vida al profesor Paty. Allí prueba además que la jerarquía de la educación nacional no brindó respaldo ni protección al enseñante y que prefirió creer la fábula inventada por la alumna de 13 años. El subraya que la opción del ministerio de “no hacer ruido” hace que el combate ideológico contra el islamismo sea prácticamente inexistente en el aparato educativo. “No se puede luchar contra los islamistas si no desarmamos los conceptos que les sirven de apoyo”, declaró David Di Nota ante un canal de televisión.
Otro profesor, blanco de insultos y amenazas, es Didier Lemaire, quien enseñaba la filosofía en colegios de Trappes. El estima que “nada ha cambiado desde la muerte de Samuel Paty”. En un libro reciente, él detalla por qué tuvo que huir de Trappes ante la hostilidad del alcalde islamo-izquierdista, y cómo otros miles de profesores que se atreven a enseñar lo que fue el Holocausto durante la Segunda Guerra Mundial son víctimas de agresiones verbales y físicas de alumnos y padres de familia que los acusan de “islamofobia” sin que las autoridades hagan nada para protegerlos.
Por eso pocos fueron sorprendidos cuando la prensa reveló, el pasado jueves, un sondeo de Ipsos según el cual un 22% de los alumnos del país, entre los 18 y 30 años, consideran que el profesor Paty “se equivocó” e incurrió en una “provocación” al mostrar las caricaturas. Y que de ese grupo ¡un 9% “comparten las motivaciones” de quien decapitó al profesor Paty!