Termina un año muy complicado. Desde el primer trimestre, cuando llegó el COVID 19 se anticipó que 2020 sería un año difícil.
Cuando al comenzar marzo se detectó el primer caso de contagio en Colombia, nos dimos cuenta de que estábamos muy lejos del grado de preparación necesario para hacer frente a esta amenaza. No se encontraban tapabocas ni alcohol en las farmacias y la gente compraba afanosamente las provisiones para sus hogares que las reservas de dinero le permitían.
Pronto nos dimos cuenta del crecimiento exponencial del contagio y de nuestra escasa dotación médica para atenderlo. Conseguir aparatos para respiración asistida se convirtió en la prioridad para el Gobierno. Comenzaron a llegar imágenes de gente desplomándose en las calles en los países vecinos, cuando la falta de oxígeno por el mal funcionamiento pulmonar les ocasionaba la muerte repentina.
Afortunadamente el presidente Iván Duque asumió el desafío como debió ser: como el problema más importante; uno que no daba espera. Desde ese momento, la estricta cuarentena y la compra de elementos para protección personal lograron permitir que lentamente se levantaran las restricciones, hasta llegar casi a una situación de normalidad.
Pero los efectos sobre la economía fueron implacables. Millares de empresas quebraron y millones de ciudadanos perdieron sus empleos. Esto exigió la reacción inmediata del Gobierno, que también fue oportuna, a pesar de la estrechez fiscal, producto de la misma pandemia.
La navidad de 2020 llega en medio de incertidumbres. Cuando la esperanza de las vacunas nos reconforta (tema en el que el Gobierno también logró actuar con prontitud), llegan noticias de nuevas cepas del virus desde Europa, que amenazan con regresarnos al comienzo de la pesadilla.
Por lo pronto, la llegada de las esperadas vacunas y la efectividad de las mismas, es lo que más anhela la humanidad al término de este difícil año.